1. LA NOVELA HASTA 1940
A comienzos del siglo XX se perciben en la narrativa la huella del
Modernismo y después el progresivo desvío del mismo y la tendencia, también
presente en la poesía, a un rechazo del cosmopolitismo, a una búsqueda de lo
peculiar americano y a una mayor sencillez estilística.
La prosa modernista La prosa modernista La prosa modernista se manifiesta sobre todo en el cuento, que se venía
cultivando desde el premodernismo (Martí, Gutiérrez Nájera, Silva). Rubén
Darío es autor de varios libros en prosa y de valiosos cuentos de tema
fantástico con sabor modernista. La atracción por lo decadente y el gusto por
un estilo preciosista se advierten en los relatos de numerosos escritores
hispanoamericanos.
Leopoldo Lugones es autor de importantes relatos de carácter fantástico,
con frecuencia basados en el esoterismo, tan de moda entonces. Los reunió en
volúmenes como Las fuerzas extrañas (1906).
Horacio Quiroga escribe, primero bajo la influencia de Poe, Maupassant
y Baudelaire, cuentos de tono modernista; después, sin dejar de manifestar
preocupaciones de tipo modernista (la muerte, el horror, la fatalidad, el
misterio), sus relatos, que muestran la huella de Kipling, se ambientan en la
selva americana, que se constituye en asunto central de las narraciones. Tanto
Lugones como Quiroga muestran en sus narraciones el paso del decadentismo
cosmopolita del Modernismo a la americanización del mismo con la búsqueda
de la esencia del ser americano en lo criollo o en las fuerzas telúricas de la
Naturaleza americana. La salida del Modernismo en la narrativa
hispanoamericana se produce, pues, de modo paulatino y conduce a lo que se
llama novela de la tierra o de la naturaleza. Por otro lado, las convulsiones
sociales que sacuden América Latina en los años diez y veinte dan también por
resultado el abandono de la prosa de temas fantásticos o imaginarios, para
ceder su lugar a una narrativa de carácter social que, o bien se centra en los
avatares históricos concretos, caso de la novela de la Revolución mexicana, o
bien, en la novela indigenista, denuncia la situación de marginación de los
indios en la sociedad criolla poscolonial.
La novela americana se caracteriza, pues, hasta 1940-45 por una estética
claramente arcaizante para el período. No hay en principio renovación formal:
Sus técnicas son básicamente realistas, una herencia de la novela del siglo
XIX, e incluso a veces con residuos del Romanticismo, muy floreciente allí. Los
únicos intentos de renovación novelesca son más bien tentativas de renovación
del lenguaje, generalmente por la vía de la incorporación de elementos
lingüísticos modernistas, pero sin que se alteren los modos típicos de la
narración realista: investigación documental, fidelidad a los detalles
ambientales, cronología lineal, creación de personajes, etc.
Sí se produce, como ya hemos dicho, una renovación temática, que adapta
la novela a las realidades más acuciantes y más originales de la realidad
americana del momento. Se trata, en definitiva, de un realismo muy particular:
por su naturalismo, por sus resabios de romanticismo (sobre todo en el
lenguaje) y, fundamentalmente, por sus ingredientes temáticos, cuyo
denominador común es la presentación de la peculiaridad americana. Esta
presentación se hará, además, a través del mito y de la leyenda.
Los temas de la novela realista suelen estar todos presentes en la mayoría
de las novelas, aunque siempre predomina uno sobre los demás. Muy
esquemáticamente podríamos distinguir:
a) La naturaleza, y más concretamente el intento del h La naturaleza ombre de dominar la
todopoderosa Naturaleza americana, es el tema central de la novela de
la tierra. Muy relacionados con este tema están la novela de la selva y la
novela regionalista, que presenta las peculiaridades de cada zona.
Dentro de la regionalista destaca la novela del gaucho.
b) Los problemas políticos, sobre todo la inestabilida Los problemas políticos d y los dictadores. La
tendencia más importante es la revolución mejicana.
c) Los problemas sociales. Se reflejan las desigualdad Los problemas sociales es producidas por
una oligarquía asociada a los intereses de las grandes potencias
extranjeras. Los indios y mestizos aparecen como peones de las
haciendas o como obreros de las omnipotentes compañías bananeras o
caucheras. La tendencia donde predomina este tema es en la novela
indigenista.
La novela de la selva. Se centra en la descripción de las fuerzas telúricas de
una naturaleza aún indómita, que con frecuencia aparece como destructora
para el hombre. Todas estas obras reproducen el conflicto entre civilización y
barbarie recurrente en la literatura hispanoamericana
mediados del siglo anterior de Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo
Quiroga, del romántico argentino Domingo Faustino Sarmiento. Era el
enfrentamiento entre progreso y tradición, entre la burguesía liberal y los
terratenientes rurales.
La Vorágine (1924) de José Eustasio Rivera (colomb.) es una impresionante
descripción de la selva devoradora en un estilo que debe mucho al
modernismo. En ella se reconstruye el infierno de las plantaciones de caucho
en la selva amazónica, con lo que también trata el tema social/indigenista. El
acontecimiento inicial de la historia es la fuga de Alicia, contra la voluntad de
sus padres, con el joven poeta Arturo Cova. Es raptada y el poeta la busca en
la naturaleza desbordada de la selva. La alegoría de la selva y su poder infernal
ocupa tanto o más espacio narrativo que la denuncia social. Los personajes son
víctimas de una naturaleza más implacable que la sociedad humana. El tono
del libro es exaltadamente poético.
Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos (venez.) tiene como centro un
personaje femenino que representa la violencia del mundo virgen americano.
Detrás de una historia convencional (la disputa por unas tierras entre doña
Bárbara y Santos Luzardo) la alegoría descubre una lucha mítica entre la
civilización (la santidad y la luz del antagonista) y la barbarie. La tesis no era
nueva, pero Gallegos la refleja con una intensidad narrativa que supera las
debilidades de la trama. Cuando apareció era al tiempo una novela actual
(ilustraba el problema del latifundio y el caudillaje), novedosa (por buscar en el
mito y la leyenda sus raíces) y remota, por alegorizar el conflicto en términos
cercanos a las grandes máquinas alegóricas de la Edad Media.
En Canal muestra la potencia telúrica de la selva del Orinoco.
La serpiente de oro, de Ciro Alegría, tiene como tema el río Marañón, que con
su riqueza inagotable, sus antecedentes míticos y su fuerza amenazadora, es
para los balseros el símbolo y el centro de su existencia, un mundo donde la
naturaleza se transforma en destino.
La novela gauchesca La novela gauchesca. Su origen está en la abundante poesía escrita sobre
este tema en el XIX, cuya obra cumbre había sido el Martín Fierro de José
Hernández.
Ricardo Güiraldes escribe la obra principal de esta Ricardo Güiraldes tendencia: Don Segundo
Sombra (1926), obra que plasma desde el título su condición alegórica.
Describe un aprendizaje y un rito de iniciación: el joven Fabio, hijo bastardo del
patrón, aprende a ser hombre por consejo y ejemplo del gaucho viejo y sabio,
don Segundo, que en realidad es prototipo idealizado de una especie extinta.
La estructura no es completamente lineal, y al final de la historia el lector
descubre que toda ella ha sido evocación de Fabio Cáceres, cuyo presente no
tiene nada que ver con el pasado relatado como una rememoración nostálgica
de una realidad desaparecida. Es una narrativa lírica deudora de las estéticas
vanguardistas. De hecho, los jóvenes ultraístas (con Borges a la cabeza)
admiraron el libro y consagraron a su autor.
Benito Lynch escribe Benito Lynch Los caranchos de Florida y El inglés de los güesos (1924),
obra maestra de la literatura argentina que narra la pasión primitiva e ingenua
de una muchacha india por un arqueólogo inglés.
La novela política recoge los problemas políticos (y revolucionarios) de una
zona en constante inquietud. Destaca la aparición de dos metagéneros: la
novela de la revolución mexicana y la novela de dictador. La novela de la novela de la
revolución mexicana, producirá lo mejor de este apa revolución mexicana rtado, muchas veces a
cargo de escritores no profesionales que narran solo su experiencia propia
durante la inacabable y conflictiva revolución de México. Las más interesantes,
Los de abajo, de Mariano Azuela, y más técnicas: El águila y la serpiente y La
sombra del caudillo, ambas de Luis Martín Guzmán.
Mariano Azuela introduce el tema de la revolución mejicana en la literatura. Su
obra mayor, y la más importante de la tendencia, es Los de abajo (1916). La
estructura mítica de la aventura del héroe (aquí Demetrio Macías, un campesino
analfabeto que acaba autonombrándose general, con lo que empieza su
decadencia) ensambla el conjunto de cuadros y episodios verosímiles de la
historia contemporánea de Méjico. El estilo es sobrio, a ratos áspero y seco,
muchas veces lacónico, y tiene su origen en la concisión expresiva de la lengua
propia del reportaje periodístico.
Martín Luis Guzmán, seguidor de Pancho Villa, escribió sus dos novelas más
importantes durante su exilio en España: El águila y la serpiente (1928) y La
sombra del caudillo (1929).
El ciclo novelístico de la Revolución se prolonga hasta los años cincuenta con
la obra narrativa de Juan Rulfo, e incluso más tarde con novelas de Carlos
Fuentes y otros escritores mexicanos.
La novela de dictador novela de dictador novela de dictador, que no se desarrolla hasta unos años más tarde, tiene
su precedente más claro en La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán.
Condensa literaria y anecdóticamente dos momentos políticos de las
posrevolución y refleja la fascinación por la acumulación de poder, además de
la frialdad con que se decretaron ciertos magnicidios. El general Ignacio
Aguirre se rebela contra la decisión del caudillo en el poder de imponer a su
ministro de gobernación como candidato a la presidencia; la contienda toma
carices violentos, el general sublevado decide lanzarse a la contienda electoral,
y con el fin de prevenir una rebelión, Aguirre y sus partidarios son traicionados y
asesinados por militares al pie de una carretera, sobreviviendo únicamente el
diputado Axkana, testigo de los hechos. Esta obra es una de las más
destacadas de la escuela conocida como Novela de la Revolución, e inaugura
en México la veta de la novela política. La prosa de Martín Luis Guzmán se ha
calificado como una de las mejores de México. Los arquetipos del general, el
ministro de gobernación y el diputado anticipan los personajes dictadores de
novelas posteriores (El otoño del patriarca, Yo, el supremo, el señor Presidente,
El discurso del método, etc.)
La novela regionalista regionalista muestra la estructura social basada en una
oligarquía terrateniente que a su vez se apoya en las fuerzas extranjeras para
proceder a una explotación intensiva de la tierra y de los grupos sociales
inferiores, en muchos casos indios, que son alternativamente explotados o
despojados y expulsados de su tierra natal o a veces simplemente sometidos al
genocidio. Aparece así el subgénero característico del período, la novela la novela
indigenista en la que la mezcla de preocupaciones s indigenista ociales se mezcla a la
búsqueda de las raíces indígenas y a la denuncia de sus problemas.
El proceso empieza a fines del XIX con Aves sin nido de Clorinda Mato de
Turner, y prosigue sobre todo con Raza de Bronce (1919) de Alcides Arguedas Alcides Arguedas Alcides Arguedas
(bolv.), documento social de los indios del yermo, que no son seres inocentes,
pero sí víctimas del mestizo y del patrón que todo lo atropella. En esta novela
ya aparecen los lugares comunes que estarán presentes en las siguientes
obras de la tendencia: la vida en los latifundios, la alianza de las instituciones
con el explotador, la aniquilación de las contadas rebeliones del indio, etc.
Huasipungo (1934) de Jorge Icaza e Icaza e Icaza (ecuat.), presenta la relación entre el
hombre blanco, propietario de la tierra, y el indio que la trabaja y sobre la que
se siente con algunos derechos. Es un alegato en defensa del levantamiento
indio con imágenes duras y episodios narrados con un lenguaje directo y
descarnado que pretende sacudir al lector, y que consigue elevar la narración
hasta un tono épico, por encima de sus rasgos melodramáticos y folletinescos.
Semejantes, pero mucho más complejas, son las novelas de Ciro Alegría Ciro Alegría Ciro Alegría (per.)
sobre todo en El mundo es ancho y ajeno (1941), donde se muestra la peculiar
psicología del indio expulsado de su tierra y su civilización, para el que todo es
ya un mundo extraño. Narra la resistencia heroica de la comunidad indígena de
Rumi ante la injusta expropiación de tierras por un hacendado a quien apoya el
gobierno. Junto al propósito de denuncia hay en la obra una evidente
preocupación artística y constructiva que ya revela una depuración del
realismo. Además de la denuncia social y la defensa de los derechos de los
indios a la propiedad de la tierra, hay también un intento de penetrar en las
creencias del indio, sin considerarlas ahora meras supersticiones, con lo que se
da entrada en la narrativa a un mundo mágico y maravilloso que resultará clave
en la evolución posterior de la novela hispanoamericana. Más simbólica, pero
con un tema semejante es Los perros hambrientos.
Ya en la segunda mitad del siglo, José Mª Arguedas José Mª Arguedas José Mª Arguedas escribe tres novelas
indigenistas: Yawar fiesta, Todas las sangres y Los ríos profundos, donde el
acontecer colectivo de mundo indio sirve de trasfondo al microuniverso de un
internado del Cuzco para hijos de familias acomodadas.
Esta literatura social tendrá un fuerte influjo en la narrativa posterior de Miguel
Ángel Asturias, Rulfo, Carpentier (que ya había hecho una novela indigenista
en 1933: ¡Ecué-Yamba-Ó!), Arguedas o Fuentes.